miércoles, 3 de diciembre de 2008

De casa y de calle El siglo XIX mexicano en la colección de Museo Soumaya




De casa y de calle

El siglo XIX mexicano en la colección de Museo Soumaya

Héctor Palhares Meza / Curaduría e investigación



La interacción del hombre y la mujer transita de la vida pública al espacio de la intimidad. Es así que se da la unión de nuestros protagonistas; algunas veces privilegiado el uno o el otro, según la mirada y los cánones impuestos por un tiempo y espacio concretos. En opinión del investigador Gustavo Curiel: Cada uno de los actos de la vida cotidiana, tiene como base una serie de códigos culturales. Éstos funcionan de manera simultánea en el espacio abierto, público, expuesto, sujeto a premisas sociales que articulan y dan sentido de pertenencia a un grupo; asimismo tienen una lógica en el espacio hermético, privado, en el celoso refugio de lo privado.

Algunos de los aspectos de mayor relevancia en los que coexisten lo masculino y lo femenino, son los usos y costumbres de una época o forma de mentalidad. La moda, la higiene, los hábitos domésticos, las fiestas públicas y privadas, la religión, el pudor y las múltiples formas del placer, son arquetipos de la norma social que hace funcionar a la gran maquinaria del devenir cotidiano.

Los ciclos de la vida –nacimiento, matrimonio, enfermedad y muerte– también sesgan el

funcionamiento de las sociedades. Lo público y lo privado obedecen, esencialmente, al

carácter dual de dichos ciclos: el festejo general por el que acaba de nacer y la dolencia intramuros por el que se ha marchado. Del mismo modo, el hombre y la mujer se apropian del escenario según cada periodo histórico. Daniel Roche, en Historia de la vida privada, menciona los cambios en el espacio para el cortejo y la sensualidad en Occidente. La cámara fue, hasta el siglo XVII, el lugar común para el desarrollo de las actividades diarias. Se trataba de una habitación con una gran cama y cortinajes, situada junto a la sala y separada de ésta por una puerta con cerradura. La camera italiana o la chambre francesa apostaron por marcar el inicio de la vida afectiva de la pareja, tal como lo vemos en el retrato del Mercader Arnolfini y suesposa de Jan van Eyck , donde el joven matrimonio ataviado según la moda flamenca del quinientos comparte al espectador algunos símbolos del espacio cerrado: el par de suecos en el piso, el espejo convexo sobre la pared o el perro como mascota, todos símbolos de la

intimidad de los Arnolfini.


Para los siglos XVII y XVIII, los franceses incluyeron en el espacio habitado una nueva modalidad doméstica: la ruelle (callejón) o la alcôve (alcoba). Lugar lindante con el techo y separado de la puerta que daba acceso a la sala, vendría a ser el escenario del amor erótico de la época ilustrada.

Pinturas de Boucher, Chardin o Fragonard retrataron emblemáticos pasajes de la vida

cortesana donde el cuerpo femenino y, en ocasiones el masculino, incidieron en la extroversión y la sensualidad propias de la última etapa del Barroco civil.

Otros dos sitios son necesarios para comprender el vaivén entre la sensualidad públicay la privada. Se trata del studio italiano renacentista, el cual era una habitación o celda muy reducida, sin chimenea ni ventana grande, que provenía de la vida monástica. Este sitio fue un lugar de uso exclusivo del propietario de la casa, con puertas sólidas y cerrojos. Ahí se llevaban a cabo actividades contables y literarias, donde podían colocarse los libros lejos del perjuicio de las ratas y otras alimañas. Aquí se resguardaban también las cartas de amor –aún más cuando se trataba de actividades extramaritales– y los objetos de enorme valía para suposeedor. Como el studio, el cabinet –habitación pequeña con las paredes revestidas de madera– se desligaba de una vida propiamente moral al dictar sus normas a puerta cerrada, es decir, lejos de las convenciones de la sociedad. De hecho a este espacio, principalmente femenino, se le atribuían poderes eróticos de gran profundidad. Roche señala sobre este lugar

¡Cuán encantadora es esta misteriosa estancia! Todo en ella halaga y alimenta el ardor que me devora. No sé qué perfume tan delicado, más suave que la rosa, y más ligero que el iris, se exhala aquí por doquier […].

En la sociedad mexicana de los siglos XVII y XVIII también funcionaron diversos códigos culturales para la distinción entre lo público y lo privado. Como señala Curiel: Las prácticas domésticas en su mayoría estaban bajo la influencia del protocolo de la corte virreinal, puesto que era el único modelo que la aristocracia novohispana conocía para determinar su comportamiento, además de la pretensión de ser el reflejo de la vida europea. Fue así como, en el acto de emular a España y sus normas de conducta, nuestro país se articuló en función de los tópicos que aprehendíamos del Viejo Continente: el cortejo, las festividades, la alimentación, y las prácticas dentro y fuera del hogar.

Aquí se presentan las actividades cotidianas del ser masculino y femenino en el espacio

abierto y en el íntimo, para marcar la sutil diferencia, a veces casi imperceptible, entre lo público y lo privado.





MARCO HISTÓRICO Y CULTURAL DE MÉXICO EN EL SIGLO XIX

Recrear la vista y el gusto con tanto de bueno y exquisito como del reino y de

la Europa se les hace tangible y manifiesto

Fray Antonio de la Anunciación

Luego de la separación definitiva de la metrópoli española en 1821, nuestro país se vio a

merced de distintos vaivenes políticos para conformar un nuevo proyecto de nación. Alfonso Miranda Márquez señala que: […] El siglo XIX mexicano se caracterizó por continuos enfrentamientos entre liberales y conservadores que trataban de imponer dos formas antagónicas de gobierno. Los primeros le apostaban a la modernidad de la Revolución francesa y la república norteamericana; y los segundos a la tradición, es decir, una monarquía que asimilara la herencia europea y la aplicara en el territorio recién independizado. Asimismo, el conflicto con los Estados Unidos durante la guerra de 1846-1848 que redefinió nuestros linderos territoriales, y la invasión francesa que dio lugar al Segundo Imperio Mexicano (1864-1867), promovieron numerosos ajustes de índole socioeconómica y cultural. Los gobiernos de Benito Juárez y Porfirio Díaz apostaron por la modernización del país a través de importantes rubros como el educativo, el impulso a las vías de comunicación, el desarrollo industrial, el orden legal y el fin de los enfrentamientos políticos y, para la década de 1880, de un afrancesamiento en los usos y costumbres de las élites.

El siglo XIX se interesó particularmente por los espacios urbanos y el costumbrismo popular. La pintura echó mano de estos aspectos para retratar el quehacer cotidiano en relación a las fiestas, procesiones y paseos que podían dar cuenta de la idiosincrasia y tipología de los estamentos de la variopinta sociedad mexicana.

Gustavo Curiel refiere sobre esto que los espacios públicos (plazas y calles) han sido escenario de las más variadas actividades, tanto de las asociadas con la manifestación del poder como de aquéllas relacionadas con las formas de comercio y sociabilidad. Esta multiplicidad de usos y apropiaciones ha quedado plasmada en una abundante porción de cuadros, desde los siglos virreinales hasta nuestros días. En ellos, la procesión religiosa, el desfile de la autoridad civil o del caudillo triunfante y el mitin político comparten el espacio pictórico con los puestos devendimia, los rituales del galanteo y los encuentros y desencuentros entre los distintos oficios y grupos sociales. La excepcionalidad del despliegue del poder o de su antagonización multitudinaria, vinculada a fechas concretas, convive así con la trivialidad del acontecer diario.

La Plaza Mayor de México, epicentro de dichos sucesos, fue multireproducida a lo largo del período colonial e independiente. Vendedores, guardias, pordioseros, damas y gentiles hombres caminaban –en su apacible devenir cotidiano– por el amplio espacio.

Cabe mencionar que nuestra metrópoli había presenciado uno de los mestizajes más asombrosos de la América hispana. Peninsulares, criollos, mestizos, indios y castas trastocaron la antigua ciudad imperial mexica en un escenario donde se integraban diversos credos, razas y culturas. Fue así como la Plaza Mayor se revistió de un ritmo vital pulsante con el que pocas urbes del antiguo virreinato podían competir.

Ladrón de Guevara, en una interesante reflexión del año 1983, escribió: Con todo, al finalizar el Siglo de las Luces la ciudad de México tenía ya muchas zonas empedradas, algunas de sus calles habían recibido alumbrado público y poseía modernos paseos como el construido por el virrey Bucareli, avances urbanísticos que pocas ciudades del planeta poseían y que hacían de la capital del virreinato de la Nueva España, junto con su envidiable clima, un lugar muy agradable para vivir.

El tañido de las campanas de Catedral llamando a los fieles a misa, la algarabía de los comerciantes en El Parián o los aromas de los “tecuascalis” o puestos callejeros de comida nos remiten a esa peculiar dimensión en la que coexistieron los habitantes –amén de sus anhelos, gustos, tradiciones– de la muy leal y muy noble Ciudad de México. Amén de las discordias políticas que invistieron a nuestro país de inestabilidad a lo largo de

la primera mitad del siglo XIX, la riqueza material de la gran urbe le dio una proyección internacional en términos económicos y culturales. Artistas viajeros como Rugendas, Löhr, Chapman y Egerton captaron en sus óleos la diversidad y contrastes del paisaje nacional; mismo que sería idealizado por la paleta de los grandes maestros mexicanos como José María Velasco y Luis Coto y Maldonado. Los tipos populares y el costumbrismo regional ocuparon la atención de artistas como Claudio Linati, quien registró en sus litografías y acuarelas el abanico multicultural de México. Asimismo, a través de la mirada de Felipe Santiago Gutiérrez, José Agustín Arrieta o Hermenegildo Bustos accedemos al escenario de lo íntimo que celosamente resguarda la vida familiar y cotidiana. En este punto es donde cobran importancia capital el espacio público y el privado. Las grandes fiestas, procesiones o encuentros públicos en diálogo con la privacidad del hogar y del ajuar doméstico. Moda, mobiliario, artes aplicadas, pintura y escultura fueron los grandes derroteros del resguardo íntimo de toda una época.


































































XXXVI Festival Internacional Cervantino

Planta baja de la Galería Jesús Gallardo

Pedro Moreno esquina Hermanos Aldama

Centro Histórico

León, Guanajuato

México.


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